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:: La petite merde ::

2005/02/14

[Txt / Le pain] Corrección Impolítica

No se dice ciego, se dice invidente. No, ya no se dice invidente, lo correcto es decir no vidente. Ni lo uno ni lo otro, se tiene que decir persona con discapacidad visual; y quién sabe, de pronto esta última moda de la discapacidad es también temporal, durará solamente hasta que el reciente recurso eufemístico gringo del challenge (en el sentido deportivo del obstáculo que se impone a un competidor para equilibrar las posibilidades de éxito) sea felizmente adoptado por nuestros lenguajes y afectación siempre tan ávidos de complejidades. Hablaremos entonces de fulanito como una persona con obstáculos o retos en materia de visión, de movimiento, de digestión, de comprensión. Es aterrador imaginarse lo infinitamente complicado que será socializar en un universo dominado por la susceptibilidad, en un mundo así, sería necesario crear un sistema de información diario responsable de publicar las novedades en materia de corrección política: no diga limosnero, diga indigente, no diga condenado, diga sindicado, no diga supuesto narcotraficante... No diga trabajadora sexual, diga profesional del amor; un embrollo ridículo y triste.
Lo más chistoso de todo el asunto es que esas palabras son condenadas precisamente por las personas cultas de una ciudad que jamás se ha preocupado por desarrollar la mínima infraestructura para hacer siquiera aceptables las condiciones de vida de las personas con discapacidad. Piensen en las dificultades que tiene para salir a recorrer el centro de Pereira un ciego, o alguien en silla de ruedas. Esta es una ciudad de andenes demenciales, de escaleras suicidas, plagada por peligrosos quicios invisibles adornados con chuzos para prohibir el descanso, sembrada de mortales anillos metálicos que alguna vez sirvieron para sostener postes y ahora quiebran canillas: Pereira es una ciudad esencialmente hostil y desconsiderada, ergo, resulta risible y absurdo escuchar tantas correcciones a lo insustancial. Queda por pensar que este ánimo por la corrección no es más que el eco distorsionado y triste producido en nuestra realidad por una de las tendencias más pobres de la intelectualidad actual: la desesperante e infructuosa búsqueda de generaciones por descontinuar el lenguaje de los predecesores que Tom Wolfe bautizó como el marxismo rococó: todo el sentido de la experiencia humana se reduce a la renominación de viejos problemas que hace mucho resisten clasificaciones. ¿A qué juega entonces la señora que se ofende cuando oye la palabra tullido o mocho pero que no reacciona con compasión ante la visión de un señor en silla de ruedas tratando de moverse por la quinta en el centro?
Muy humano eso de tranquilizar la consciencia en la esfera de lo oral, de lo inane. Words, words, words, le contestó Hamlet a Polonio
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Agradecemos a LE PAIN por compartir éste texto con La Petite Merde
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